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viernes, junio 29, 2007,22:26
Fragmentos de recuerdos de la memoria VI y VII
Bueno, pues aquí os dejo los dos últimos capítulos (he tenido que poner los dos juntos para no dejaros colgados durante todo el verano, espero que no os importe). Así que ahora ya podéis dejar comentarios sobre lo que os ha parecido. La verdad es que me alegro de haberlo colgado, llevaba 2 años guardado en el baúl y ya estaba cogiendo polvo... Espero que al menos os haya entretenido.

Y Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.


VI

Después de tantos años pasados, de tantos olvidos, desamores… después de tantas lágrimas perdidas, resecas, olvidadas… después de todo y nada él volvía a mí. Pronunció mi nombre, paralizó mi ser y abracé de nuevo todos los recuerdos pasados, ya superados y -o al menos eso creía yo- también olvidados.

Cuando me volví y le vi de cerca, los ojos clavados en los míos seguían siendo los mismos, quizá algo más cansados y puede que un poco más sombríos, pero aquella mirada aún seguía siendo la misma, aquella que tanto me había cautivado y en la que tantas y tantas veces me había hundido.

-Hola -me saludó-, sigues siendo preciosa.

-(…) -paralizada, callada, temblorosa.

-¿No me das dos besos? -me preguntó mientras dio un paso adelante y se acercó más a mí.

-¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? -le pregunté con indecisión mientras me apartaba de su persona.

-Volver a mirarte, a hablarte… -contestó- volver a sentirte bajo mi piel.

Mi cabeza daba vueltas y no hacía más que repetirme que despertara de aquella pesadilla, que volviese a la realidad de las sábanas frías y del silencio en la mañana. No podía pensar con claridad: todo era difuso, oscuro, irreal. Cuántas noches había anhelado este momento y a cuántos hombres desterré de mi cuerpo por pensar en su lamento y en su vuelta a casa. Por la agonía del sufrimiento.

Discurren por mi cuerpo las ahora lejanas sensaciones de los besos con cariño, de las caricias en los pies, de aquellos abrazos de madrugada. Pero ya nada es lo que fue. El dolor y la angustia siempre bien maceradas; y la ausencia y las excusas… todo aquello también volvió a mi ser. Y el siempre amargo torbellino de la furia y el amor. Todas estas contradicciones luchaban por salir, por encontrarse con sus labios y con aquella parte que un día robó y se llevó de mí.

-¡No! -grité-, ¡apártate!, ¡aléjate de mí!

-Raquel yo… -comenzó una frase que no quería dejarle terminar.

-¡No! -le interrumpí- No quiero saber ni oír nada. Sólo déjame en paz, como hicieras ya.

-Sé todo el daño que te hice y todo el tiempo que ha pasado pero aún así... -tembló su voz- es que yo… yo no puedo estar sin ti.

Mentiras, más mentiras. Aquella palabra volvió a mi cabeza, se hizo presente en mis labios y me recordó sus envenenadas palabras, sus promesas olvidadas y cómo su lengua de serpiente me ataba más y más a él con cada frase que erguía y pronunciaba.

El dolor de los recuerdos recorrió mi cuerpo en un amargo escalofrío. El dolor de todos los antiguos besos que me fueron robados... el de todos los minutos, el de todas las horas, el de todos los días en que no podía hacer otra cosa que pensar en él... y en su amarga e impalpable ausencia.

-Cuando ayer te vi por aquella acera te creí una ilusión -recordó acariciando mi mejilla-, porque no podías ser tú. Te olvidé por mucho tiempo, es cierto, pero ahora que te he encontrado, te veo y te recuerdo estoy seguro de una cosa… mucho más que antes si eso puede ser: aún... aún te amo.

-Vete, vete por favor -le lloré-. Vete de mi vida, de mi pensamiento… vete ya de mi ser.

-Raquel, sé que no me has olvidado y sé también que deseabas esto. Sé que deseabas volverme a ver y tenerme a tu lado y poder acariciarme y sentirme bajo tu piel. Y recordar y recuperar todo el tiempo que vivimos juntos y todo el que desaprovechamos.

-Sabes que me hiciste mucho, mucho daño -le dije mientras abría la puerta de mi casa- y eso, David, jamás te lo podré perdonar.

-Y tú a mí también -contestó-, ¿o te crees que fue fácil alejarme de ti?

-Seguro que sí… -las lágrimas inundaban mi cara y mi voz apenas podía oírse ya.

-Pues te equivocas y mucho. Yo sólo hice lo que debía, ¿o es que no lo ves? -me preguntó siguiendo mis pasos hacia el interior de mi apartamento.

-Claro que lo veo… debías partirme el corazón e irte con otra, ¿no?

-No -contestó secamente-, debía intentar que me olvidaras, que vivieses sin mí, sin un cabrón como yo.

-Pero…

-Hice lo que hice -continuó- porque sabía que las cosas no podían seguir así y porque te quería y aún hoy te quiero. Y no puedo irme de aquí sin ti.

Se rompió algo en mi interior. Después de tanto tiempo mi corazón volvía a bombear de nuevo algo acelerado. Mi mente alterada daba gritos y me rogaba que no hiciera lo que estaba deseando y a punto de hacer, que no volviese por aquel camino porque sabía perfectamente dónde terminaba, porque conocía el punto exacto en donde tantas y tantas veces me vi anclada, obligada a permanecer sola y a sostenerme casi sin fuerzas y en donde me agarré una y otra vez.

Aquel rostro envejecido por los años no había cambiado en sus facciones principales. Seguía teniendo su particular mirada y aquellos tiernos labios sabor esperanza que tanto, tanto deseé. Los vaqueros roídos por el tiempo seguían siendo su piel y marca de juventud, una juventud que aún irradiaba pese a la mirada cansada, a su blanca y lisa camisa y a un reloj sin vida que llevaba en su muñeca izquierda.

-Ha pasado demasiado tiempo, han pasado demasiadas cosas… -le dije- demasiado para olvidar todo y no seguir con mi vida tal y como está ahora.

-Si no vuelves a mi lado, desde este día hasta el final de todos me levantaré vacío, sin nada por lo que luchar y por lo que vivir. Sin esperanza y con los sueños deshechos.

-David, ¿no comprendes mi situación? -me sequé las lágrimas con el puño negro de la chaqueta que colgaba de mí- te presentas aquí de improviso, después de todo el pasado y el sufrimiento, después de que mi corazón que tanto te amaba estallase por no encontrarse con el tuyo… después de haberme arrojado tan lejos de tu cuerpo.

-No puedo pedirte que olvides todo lo que te hice, todo lo mal que me porté contigo… -alcé el rostro y sus ojos estaban húmedos y sinceros-, todos mis errores. Sólo te pido que apartes por un momento todo eso de mi lado y que me digas si aún te importo lo más mínimo; si aún permanece, en algún rincón oscuro de tu corazoncito, mi nombre, aunque sea en una pequeña esquina...

-Pero… -intenté interrumpirle.

-Si aún cuando me miras palpitas ligeramente, si aún cuando te toco -siguió hablando mientras acariciaba mi mejilla de nuevo- un escalofrío recorre tu ser y ardes en deseos de unirte a él. Sólo… sólo te pido eso.

Callé en un silencio de profunda reflexión, de balanzas en las que el debe y el haber no cuadraban y aún así no me importaba. Reviví en un escalofrío todo el amor y la pasión que él me infundía y que yo quería, que yo ansiaba, que yo deseaba volver a tener. Retuve en mi mente los malos momentos, el dolor y todos los lamentos que, como agujas, marcaron entera mi piel. Pero decidí en un suspiro revivir un instante los viejos tiempos en los que, aunque nunca hubo realmente nada, todo lo teníamos ante nosotros y todo aún podía llegar a ser.

Y sin decir nada me acerqué hasta su lado y le miré intensamente a sus cansados ojos. Titubeé sin llegar a decir nada mientras cerraba mis párpados y acariciaba su rostro y me acercaba más y más a él. En ese instante algo sucedió, algo volvió a brillar dentro de mí y resplandeció toda la estancia y el momento; y silenció los ruidos lejanos y sólo, sólo a él volví a sentir y sólo él volvió a existir para mí.






VII

Con el teléfono en la mano y todo el sudor aún en mi cuerpo me volví a vestir. Salí corriendo escaleras abajo, de dos en dos, de tres en tres, ya no lo sé muy bien. Las luces de mi coche se encendieron cuando accioné el botón de las llaves y aceleré lo más que pude para llegar a ella, para salvarla otra vez.

Sus palabras no dejaban de resonar en mi oído y yo no hacía más que alentarla a que continuara contándome todo lo que le había sucedido, aquello que ella creía haber vivido y que le había hecho estar así. Su voz cada vez era más débil y mis nervios estaban a flor de piel.

-¡Raquel! -la llamé mientras pasaba por un semáforo que acababa de ponerse en rojo-, ¿sigues ahí?

-Sí… -su voz era muy débil- él vino y estuvimos juntos otra vez.

-¿Y qué pasó? -le pregunté sin realmente escuchar lo que ella me decía.

-(…) -silencio. El teléfono se había quedado sin batería.

-¡Mierda! -exclamé mientras dejaba caer el teléfono encima del asiento del copiloto.

Las calles en la noche cerrada, ya próxima a la mañana, empezaban a florecer. El agua de la pequeña lluvia y de las mangueras de los barrenderos se dejaba ver en las aceras y reflejaba las luces amarillas, que rápidas, cruzaban todas las aceras. Entre los edificios se podía ver a las primeras aves realizando su vuelo matutino con el que inundan de sonidos y formas las alturas de la ciudad. De repente un halo de luz apareció en el horizonte, detrás del verde parque y de aquella fuente en la que de niño bebí tantas veces para refrescar el cansancio y la sed. Apareció lentamente, fundiéndose con los tonos oscuros de la noche, las farolas y los coloridos carteles de neón. Y así, mientras la naturaleza daba la bienvenida a la mañana, mientras miles de almas se comenzaban a despertar, yo corría, yo volaba y me urgía en llegar a su casa, hasta el otro lado de la ciudad.

Al llegar a su calle dejé de pisar tanto el acelerador, me puse en el primer hueco que vi libre y sobre el que no puse mayor atención. La puerta de entrada estaba entreabierta y la empujé sin mayor dificultad. Escaleras arriba no pensaba ya, tan sólo el rítmico tambor de mi pecho me recordaba lo que estaba haciendo allí. Y la nada del absurdo me hizo recordar que yo tenía una llave del piso de Raquel que nunca había utilizado. Toqué mi bolsillo y saqué el llavero con el familiar soniquete del metal contra el metal y allí estaba una extraña llave que me iba a ser de mucha ayuda sólo unas escaleras más arriba. «Por si acaso», recuerdo que ella me dijo cuando me la entregó. El acaso había llegado.

La verde puerta me saludó y yo, sin devolverla el saludo, introduje suavemente la incólume llave por la cerradura, mientras emití un estertor por la fatiga de las muchas escaleras subidas y por todo el miedo que tenía por lo que podía encontrarme detrás de aquella puerta. En el silencio de la temprana mañana sonó el clic de la cerradura al cambiar de posición sonó y una luz al final del pasillo -que procedía de la habitación de Raquel- brillaba en la lejanía.

Recuerdo que corrí los metros que me separaban de aquella luz, de aquel faro de esperanza que se alzaba en medio de la oscuridad reinante de aquella noche, de aquella temprana y olvidada mañana. Recuerdo también unos segundos de confusión y de miedo, unos instantes de desesperación total y absoluta y también recuerdo la relativa calma que vino después.

-Hola Raquel -dije sonriendo y agarrando su mano cuando ella abrió los ojos.

-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? -consiguió pronunciar mientras miraba a su alrededor y su cerebro no reconocía la estancia en la que se hallaba postrada.

-Estás bien, eso es lo único que importa ya.

Los minutos después de que yo llegase a su casa se hicieron demasiado largos, demasiado eternos… El tiempo que tuve que esperar hasta que llegase la ambulancia y se la llevase no pudo ser superior a diez minutos, pero a mí aquellos instantes me parecieron la eternidad en sí. Veía a Raquel tumbada e inconsciente en el suelo de su habitación, con un frasco de algún medicamento abierto y su contenido todo desparramado, como si de una ofrenda floral a los muertos se tratase. Esperé arrodillado a su lado, después de indicar a través del teléfono que cerca de ella también estaba tirado, que enviasen urgentemente una ambulancia. Recuerdo cómo las lágrimas empaparon mi mente y se unieron a todos mis recuerdos que de ella, de mi vieja amiga, de Raquel... mi mente guardaba celosamente y se negaba borrar.

Hay ciertos instantes que uno no desea vivir y tampoco se los desea a los demás. Aquél fue uno de ellos: una experiencia vital en la que uno cambia después de que le suceda. Cuando sabes que la muerte ronda a un ser querido y que quizá esa sea la última vez que puedas ver su familiar rostro, la última vez en la que tus manos puedan entrelazarse con las suyas… cuando atisbas la fragilidad de la vida y la proximidad de la muerte, tan sólo ahí llegas a comprender de verdad cuán valiosa es la vida y cuanto la desaprovechamos.

En el hospital nos trataron muy bien. Tuve la suerte de encontrarme con un amigo de Héctor que conocí en alguna cena y él me informó de todas las novedades sobre la evolución del estado de Raquel. Había sido un intento de suicidio, se había tomado una gran dosis de antidepresivos y puede que mezclado también con algún que otro fármaco para intentar conciliar el sueño.

Desde hacía varios años Raquel estaba bajo supervisión médica. Sus alucinaciones con David se habían hecho más y más frecuentes y por ello tomaba aquella medicación que le hacía llevar una vida totalmente normal. Ella no había acabado de asimilar y de superar completamente lo que aconteciera tantos años atrás y por ello necesitaba la ingesta diaria de aquellas pastillas azules que le traían la calma, lucidez y alegría que tan características eran en ella.

-Tuve un extraño sueño -me dijo lentamente Raquel cuando volví a entrar en la habitación del hospital.

-¿Ah sí? Pues curiosamente yo también -la contesté-, soñé con que escribía un libro y me hacía millonario. Y dejaba de trabajar y vivía en un paraíso tropical todo los días del año.

-Bonito sueño -se rió-, ¿y me llevabas contigo a ese paraíso tropical?

-Sí… pero es que Lydia y yo necesitábamos una criada y tú siempre has sido de confianza -bromeé.

-¡Qué tonto eres! -exclamó.

-Lo sé. ¿Te apetece un café? -la pregunté.

-Pues creo que no debería, pero la verdad es que siempre he sido incapaz de resistirme a una de tus invitaciones para un café -me contestó.

-Ahora vuelvo Raquel -le dije mientras besaba su frente y acariciaba de nuevo su rosado rostro.

Y paseando por entre los pasillos de aquel hospital empecé a recordar toda mi vida y todo lo que Raquel había significado para mí. Recordé con nostalgia todos los cafés y todas las sobremesas, todas las conversaciones y discusiones, todas las lágrimas derramadas y todas las hermosas sonrisas que me había dedicado sólo a mí. Y así pasaron los minutos y las horas de aquella y otras tantas lejanas tardes.

Aún hoy en día recuerdo muchos fragmentos de sus palabras, sus gestos… de su sonrisa. Aún permanecen junto a mí en todo lo vivido y soñado, junto a lo más querido, deseado y anhelado, junto a todo lo que un día fui. Quizá todos mis recuerdos se pierdan en el polvo del viento cuando yo mismo me vaya con él, quizá mi existencia se sume a todas las otras que se han perdido ya para siempre, a las infinitas historias y vivencias de todos los olvidados. Pero es posible -tan sólo quizá- que con estas palabras algunos fragmentos de lo que he sido no se marchen conmigo, que aún permanezcan cuando ya me haya ido entre los recuerdos de otros, entremezclados como la vida misma, hasta que acaben por unirse a ella.

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miércoles, junio 27, 2007,12:21
'He aquí mis consejos'
Hoy iba a hablar de Gerardo Diego y de su poema Las tres hermanas, pero en lugar de eso voy a transcribir algo de un vídeo que Neni me enseñó ayer (esta entrada se la dedico) y que extrañamente no había visto. Quizá a alguien le parezca ridículo, pero lo he visto un par de veces y me he quedado "enamorado" de él. He obviado una parte del principio y del final, no obstante incluyo el vídeo al final para que quien quiera lo vea (en inglés subtitulado).

Hoy me siento positivo. Será eso.


He aquí mis consejos:

Disfruta de la fuerza y belleza de tu juventud. No me hagas caso. Nunca entenderás la fuerza y belleza de tu juventud hasta que se te haya marchitado. Pero, créeme, dentro de 20 años cuando en fotos te veas a ti mismo comprenderás, de una forma que no puedes comprender ahora, cuántas posibilidades tenías ante ti y lo guapo que eras en realidad. No estás tan gordo como te imaginas.

No te preocupes por el futuro. O preocúpate, sabiendo que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación de álgebra masticando chicle. Lo que sí es cierto, es que los problemas que realmente tienen importancia en la vida, son aquellos que nunca pasaron por tu mente... de esos que te sorprenden a las cuatro de la tarde de un martes cualquiera.

Todos los días haz algo a lo que le temas. Canta. No juegues con los sentimientos de los demás. No toleres que la gente juegue con los tuyos. Relájate. No pierdas el tiempo sintiendo celos... a veces se gana y a veces se pierde. La competencia es larga y al final solo compites contra ti mismo.

Recuerda los elogios que recibas. Olvida los insultos (pero si consigues hacerlo, dime cómo). Guarda tus cartas de amor. Tira los viejos extractos bancarios. Estírate. No te sientas culpable si no sabes muy bien qué quieres de la vida. Las personas más interesantes que he conocido no sabían que hacer con su vida cuando tenían 22 años. Es más, algunas de las personas más interesantes que conozco tampoco lo sabían a los 40.

Toma mucho calcio. Cuida tus rodillas... sentirás la falta que te hacen cuando te fallen. Quizás te cases, quizás no. Quizás tengas hijos, quizás no. Quizás te divorcies a los 40. Quizás bailes el vals en tu 75º aniversario de bodas. Hagas lo que hagas... no te enorgullezcas ni te critiques demasiado. Siempre optarás por una cosa u otra, como todos los demás.

Disfruta tu cuerpo. Aprovéchalo de todas las formas que puedas. No le tengas miedo ni te preocupes de lo que piensen los demás, porque es el mejor instrumento que tendrás jamás. Baila, aunque tengas que hacerlo en la sala de tu casa. Lee las instrucciones aunque no las sigas. No leas revistas de belleza... para lo único que sirven es para hacerte sentir feo.

Aprende a entender a tus padres. Será tarde cuando ellos ya no estén. Llévate bien con tus hermanos, son el mejor vínculo con tu pasado y probablemente serán ellos los que te acompañarán en el futuro.

Entiende que los amigos vienen y se van, pero hay un puñado de ellos que debes conservar con mucho cariño. Esfuérzate en no desvincularte de algunos lugares y costumbres, porque cuanto más pase el tiempo, más necesitarás a las personas que conociste cuando eras joven.

Vive en una ciudad alguna vez, pero múdate antes de que te endurezcas. Vive en el campo alguna vez, pero múdate antes de que te ablandes. Viaja. Acepta algunas verdades ineludibles: los precios siempre subirán, los políticos siempre mentirán, y tú también te envejecerás... y cuando seas viejo añorarás los tiempos cuando eras joven. Los precios eran razonables, los políticos eran honestos y los niños respetaban a los mayores.

Respeta a los mayores. No esperes que nadie te mantenga, pues tal vez recibas una herencia, tal vez te cases con alguien rico... pero nunca sabrás cuánto durará. No te hagas demasiadas cosas en el pelo, porque cuando tengas 40 años parecerá el de alguien de 85.

Sé cauto con los consejos que recibes y ten paciencia con quienes te los dan. Los consejos son una forma de nostalgia. Dar consejos es una forma de sacar el pasado de la caneca de la basura, limpiarlo, ocultar las partes feas y reciclarlo, dándole más valor del que tiene.




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martes, junio 26, 2007,04:13
Fragmentos de recuerdos de la memoria V
Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.



V

Ella entró primero y yo cerré la puerta con una exhalación. Antes de que se girase o me preguntase algo, antes de que el silencio de aquella noche se viera interrumpido por su cálida voz, yo la abracé desde detrás, la así hacia mí con delicadeza y dulzura y la besé el cuello de blanca flor y suave olor.

Después todo se precipitó. Cada uno se hizo responsable del otro y la ropa poco a poco se fue desprendiendo de nuestros cuerpos para acabar perdida en algún oscuro rincón del que, horas después, deberíamos recoger.

Ella tenía su mirada fija en mí, absorta en mis oscuros ojos y en todos mis movimientos. Me dejé llevar, dejé que ella me guiase hacia la habitación sin romper el juego de silencios y miradas que ambos habíamos iniciado. Y al llegar allí todo se sucedió como hacía tiempo que no ocurría. Las caricias y besos cada vez más constantes y animales, el silencio interrumpido por ella y por mí a intervalos regulares y toda nuestra atención y deseos concentrados en aquel momento.

-Me gusta esta colcha… creo que nunca te lo había dicho -dijo rompiendo los pensamientos en los que me encontraba sumido después de habernos quedado en silencio al acabar todo.

-La compré hace un par de años, en un viaje de negocios, en Italia -la dije-, me gustó su color.

-Y su tacto -me sonrió-. El color nada hace sin una buena textura.

Después de bastantes semanas Lydia y yo volvíamos a dormir juntos, después de tantas semanas de duro trabajo podríamos descansar un fin de semana, tenernos sólo a nosotros y a nada ni a nadie más. Ella aún no lo sabía, pero yo tenía pensado una pequeña salida a una casa rural de un pueblo no muy alejado de la ciudad para ese fin de semana. Aunque los acontecimientos futuros y el destino no dejaría que aquello finalmente ocurriese.

A veces me paraba a pensar en la suerte que tenía de haber encontrado a una mujer como la que estaba acostada junta a mí y que revolvía juguetonamente el pelo de mi cabeza. Siempre había tenido miedo a la soledad, a la pérdida de la juventud y al hastío de la madurez y la senectud sin nadie a quién acariciar, sin nadie a quien abrazar en los momentos más difíciles, ni nadie a quién hacer reír en las noches como aquella. Muchos se ven solos y perdidos, afligidos por la vida, y sin motivos ni suerte por los que vivir. Rezan y se afanan en ver lo positivo, en creer en otras vidas en las que serán más altos, más ricos, en las que serán todo aquello que quieren conseguir y que nunca lucharon por ser. Siempre me había parecido, más que una cuestión de suerte u otras cosas, una cuestión de decisión, de valentía y de saber lo que se quiere, de saber lo que en verdad se ansía y se ama y luchar uno con todas las fuerzas por ello

Nunca me había quejado de mi vida, nunca pedí más de lo que necesité y dudo que alguien me lo hubiera concedido. Supongo que elegí los buenos senderos, los caminos correctos que me llevaron al final del laberinto de esta vida. Quizá fuese suerte, pero nunca lo creí así. La suerte es para los necios, para aquellos que se apostan en el camino pasado ya la mitad de él, y que buscan a alguien que los lleve porque ya no se atreven a seguir hacia delante, hacia la desconocida incertidumbre que ocasiona la libertad de elección y decisión.

-Oye grandullón -dijo Lydia mientras se ponía una camiseta mía-, creo que la próxima semana deberíamos ir a comprar algún regalo para Rebeca, ¿qué te parece?

-Claro… pero no me pienso pasar toda la tarde de compras, que ya te conozco -contesté con un tono ligeramente amenazador.

-Tranquilo, sólo tardaremos un par de horas.

Lydia siempre se preocupaba por los demás, incluso por aquellos con los que no tenía una relación demasiado íntima. Aquella era una de las cualidades que más me impresionaron de ella, aquello me hizo apreciarla y quererla de verdad. Rebeca y ella habían sido amigas de toda la vida y aún en aquel tiempo, después de todo lo vivido, se hacían muestras de amistad y gratitud constantemente.

A ambos nos gustaba mucho la lectura, así que siempre que dormíamos juntos leíamos algo juntos antes de apagar definitivamente la luz y sumirnos en los ensueños de la noche. Aquel día le tocaba a ella, así que se levantó y fue a mi biblioteca para buscar un pequeño fragmento que llevarse a los labios. Volvió con una sonrisa en su cara y un pequeño libro que la lejanía y la tibia luz de la habitación me impidió reconocer.

-Creo que he hecho una buena elección -sentenció mientras se dejaba caer.

-Siempre haces buenas elecciones, sino no estarías aquí -bromeé.

-Sí, supongo que sí… -me contestó con un beso y una caricia de las suyas.

Y ella, siguiendo con el juego de la lectura, empezó a leer un fragmento, empezó a susurrarme palabras y frases al oído. Yo no reconocí aquel breve fragmento, pero me pareció intenso y propio de algún autor importante, de los que ya no quedan y casi olvidados de la memoria están.

-Las palabras se incorporaron a una escena -comenzó a leer-, a una habitación, a algún momento del pasado con el que había soñado. Y enseguida supo con mayor claridad cuáles eran la escena, la habitación y el momento del pasado con los que había estado soñando.

-Lo siento… pero esta vez me has ganado. No sé de quién es.

-Pues pertenece a La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Me parece a mí que tantos autores contemporáneos mediocres te hacen daño al cerebro -bromeó.

Sabía que había sido una broma, un comentario que había dicho sin pensar. Pero aún con todo tenía razón. Yo siempre andaba con muchos libros entre las manos, siempre estaba leyendo a los autores contemporáneos para no perderme ninguna novedad que se produjese y que me pudiese pillar descolocado. Y el poco tiempo libre que tenía lo usaba en leer lo que a mí realmente me apetecía leer. Pero después de pasar horas leyendo otras cosas lo último que a mis cansados y miopes ojos les apetecía era seguir leyendo, por muy buenos libros que éstos fuesen. Y ello, como Lydia había dicho, me hacía daño al cerebro.

-Creo que deberías releerlo, es un excelente libro y es una pena que no te acuerdes de este pasaje.

-Lo sé, lo sé… pero es que no tengo tiempo -la contesté con cierta melancolía en mi voz.

-Pues debes sacar tiempo, porque no merece la pena vivir la vida sin disfrutar de lo realmente importante, de todos y cada uno de los placeres que hay en este mundo y que, por otra parte, creo que son el único motivo de esta vida y de que todos nosotros estemos aquí

-Soy incapaz de llevarte la contraria -contesté a Lydia mientras cogía el libro que aún sostenía entre sus delicadas manos.

Un teléfono empezó a sonar y a retumbar por toda casa. El sonido penetrante y agudo sobresaltó nuestros corazones y dio el pistoletazo de salida para la búsqueda del origen de aquel ensordecedor ruido y que había roto todo aquel -y sólo nuestro- momento nocturno. Los dos salimos descalzos y con apenas ropa de la habitación, encendimos las luces y rebuscamos entre la ropa que estaba esparcida por todo el pasillo. Ella se agachó y con una sonrisa en sus dulces labios me enseñó un bulto entre sus manos.

-Es tu teléfono. No son horas para que alguien te llame.

-¡Pásamelo! -le dije mientras me acercaba a ella.

-Toma, ¡cógelo! -Lydia me lo lanzó con cuidado en las tinieblas de la noche.

Un instante antes de pulsar el botón que desencadenaría la larga conversación que mantendría con la persona que me estaba llamando, algo se revolvió en mi interior. Yo tenía una especie de radar, de instrumento de precisión interior que me indicaba con sorprendente exactitud la llegada de malas noticias, de situaciones nada agradables para mí. Desde que mis recuerdos se agolpan en mi memoria tengo grabado esa especie de premoniciones, como antesala de la muerte de mi abuelo, del suspenso de algún examen, de las calabazas de aquella hermosa y rubia chica por la que mi corazón palpitaba… y así, teniendo eso muy presente, apreté el gris botón de mi teléfono móvil y dejé que la vida siguiese su curso, que virase en el siguiente cruce.

-Pensé que no me había visto -dijo la voz de Raquel al otro lado de mi vida-, pero no fue así.

-¿Quién? -espeté sobresaltado- ¿Qué dices Raquel? ¿Estás bien?

-Él me encontró -prosiguió como si no me escuchara, como si hablase consigo misma-, él vino a verme.

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viernes, junio 22, 2007,19:26
Aire y libertad del nuevo día
Respiro respiro respiro con fuerza, miro al horizonte, a la luz, al calor de esta tarde, a mi habitación toda revuelta, a la ropa que huele a tabaco de ayer, a mi cara sin afeitar de varios días, a mi dolor de espalda, a la pila de cosas por hacer que si fuera un poco más ordenado tendría escritas...

Miro al mañana y al horizonte y una sonrisa en mi cara.
Debe de ser la primavera que se acaba.



La mitad del tiempo la pasaré asustado, pensando que no vendrás. Dando vueltas y más vueltas en que no vas a aparecer. La otra mitad, por el contrario, la pasaré pensando qué decirte, cómo empezar nuestra conversación. Hola, soy yo. Hola, ¿me reconoces? ¿me parezco al de la foto?

Bueno… miento, prácticamente el 98,54% del tiempo estaré pensando si realmente te vas a parecer a esa chica de la foto, la de los pechos grandes, pelirroja, 1.70, labios carnosos, mirada inocente pero juguetona, de esas que te lo ponen duro en la cama, pecas en la cara (y en aquella foto que recibí de madrugada se dejaba entrever que también en todo el cuerpo), licenciada en biología, máster en protección medioambiental, trabajo fijo, piso grande en el centro, sin compromiso. Tu último novio un patán. ¿Yo? Un amigo, un confidente, un futuro “algo más”.

Y así, pensando, mirando el reloj, pasarán siete minutos y treinta y dos segundos de la hora a la que habíamos quedado y no veré a nadie aparecer salvo a las viejas con su carricoche y a una chica morena tomando café (que me mira, me sonríe).

Miraré el reloj, nueve minutos pasarán y las esperanzas empezarán a desvanecerse. Dijiste que vendrías, lo juraste. Mi móvil está roto, ¿qué más da mi número? Te creí.

Hacía tres meses que nos conocíamos, desde aquella noche. Tú eras locadelblues28, yo solitario32. Fue un chispazo, todos lo notaron, congeniamos. Tres hora y media hablando. Después nuestra dirección de correo electrónico, una postal para mañana, varias recomendaciones de películas, un poema dedicado. ¿Y así, así me lo agradeces?

Pasarán quince minutos de la hora fijada. Me iré. Pareceré estúpido con esa americana oscura, con un clavel blanco en la solapa, con una sonrisa de tonto del bote. Me iré. Y si tuviera agallas le diría algo a la chica morena. Hola, ¿qué tal? ¿cómo te llamas? Yo soy solitario32, ¿vienes mucho por aquí?


(José Luis Merino, La espera)

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miércoles, junio 20, 2007,23:52
Examen de literatura del siglo XX
Si tuviera que elegir el examen más raro de toda la carrera, elegiría el examen que estoy haciendo ahora. Sí, ahora mismo. Hay cuatro preguntas para escoger y tienes que hacer una de ellas y tienes tres días para hacerlo.
A ver qué tal... y sí, por si os lo preguntáis, "vale copiar". Se aceptan sugerencias de todo tipo y, aunque no haya un café de por medio (como bien se apunta en el examen), supongo que no pasa nada.


3. Modulaciones de la voz poética. Muy lejos ya de la creencia romántica en la poesía como expresión directa de la subjetividad del poeta, podemos postular que el “yo” poético (el sujeto del enunciado, la voz que habla en el poema) es siempre una ficción de discurso (que puede tener, eso sí, cierta relación con el poeta de carne y hueso, pero eso es otro asunto, que pertenece ya al ámbito extradiscursivo). Este hecho no impide, sin embargo, el que podamos analizar la voz de ese “yo” ficticio que surge en el poema atendiendo a su concreta constitución y a la actitud que adopta ante la realidad y ante su propia actividad enunciativa. Podremos descubrir así que en ocasiones se muestra sentimental, o confesional, o irónico, o pretende convertirse en portavoz del sentimiento colectivo, o se distancia frente a su propia tradición mediante la burla más o menos sutil… en fin, que puede adoptar toda una amplia gama de matices que definen, en última instancia, el tono particular de cada uno de los poemas. Revisando los textos leídos en clase, ¿te atreverías a ensayar una tipología de voces poéticas? No se trata, por supuesto, de analizar todos y cada uno de los poemas del curso, sino tan sólo de identificar algunas de las modulaciones más visibles de esa voz poética, aduciendo los ejemplos pertinentes.


Observaciones

Recuerda, por favor, que se trata de un examen y no de un trabajo de curso. Esto supone que puedes/debes tomarte el tiempo necesario para repasar las notas de clase, revisar tus lecturas, consultar cuantos libros de apoyo consideres necesarios, tomarte un café con los amigos en enriquecedora reflexión comunitaria o consultarlo con la almohada, en actitud profundamente meditativa, pero, en última instancia, el tiempo que emplees en la redacción de tu ensayo (que ahora sí debe ser tarea individual y no colectiva) no debería exceder del que le dedicas aun examen convencional (2 o 3 horas).


Criterios de evaluación

Se valorará especialmente la capacidad de ejemplificar de manera detallada, concreta y precisa, demostrando que se han leído cuidadosamente los textos propuestos en clase (no son de recibo afirmaciones generales y vagas, sin anclaje textual (del tipo “En Juan Ramón Jiménez se percibe una clara influencia de Bécquer” o “La Sonata de otoño reescribe alguno de los tópicos del romanticismo decimonónico”… que se presentan sin el apoyo de ejemplos y como simple artículo de fe), así como la habilidad argumentativa en la defensa de tu propuesta y la capacidad de síntesis.

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domingo, junio 17, 2007,21:53
Teoría de los Polisistemas, exámenes y otras cosas

Todas ellas [las teorías sistémicas] entienden la literatura como un sistema socio-cultural y un fenómeno de carácter comunicativo que se define de manera funcional, es decir, a través de las relaciones establecidas entre los factores interdependientes que conforman el sistema (…) se preocupan principalmente por describir y explicar cómo funcionan los textos en la sociedad, en situaciones reales y concretas. Por ello, en lugar de dedicarse a la interpretación de una serie de obras canónicas, atienden a las condiciones de la producción, distribución, consumo, o institucionalización de los fenómenos literarios.

(Montserrat Iglesias, “El sistema literario: Teoría empírica y Teoría de los Polisistemas”, Avances en Teoría de la literatura, p. 310).




Mañana un examen, pasado otro... apenas 17 horas de diferencia entre ambos, supongo que pocas horas de sueño, mucha taurina en el cuerpo, ganas de mandarlo todo a la mierda no faltarán (como de costumbre).
Ahora el Madrid o el Barça se juegan la liga... o algo así, hace mucho que no sigo los deportes. Mientras escribo el ruido del aceite y la campana empañan la música que escucho (cada día nuevos grupos, nuevas canciones llenan mi disco duro, pronto tendrán uno solo para ellas).
Hoy mis padres se han llevado algunos libros y algunos elementos de mi 'set' de gimnasia. Pronto me habré marchado, otra vez llegará el verano cargado de sudor y de tardes de siesta. ¿Tal vez este sea mi verano? De momento del 16 al 22 de julio estaré en Benicàssim (FIB Heineken), luego ya se verá (¿Campus Party? Creo que este año tampoco será el año). ¿San Fermines? Si finalmente sale... Quién sabe, el tiempo dirá.








P.D: Y sí, ya he acabado mi trabajo sobre la Teoría de los Polisistemas... ^^

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miércoles, junio 13, 2007,12:14
Planenando una huida

Días que pasan, noches que se suceden a otras noches que parecen casi iguales pero que no lo son (nunca lo han sido).

Últimamente pienso más que de costumbre, será que tengo "más tiempo libre". Últimamente me pienso más las cosas, actúo menos, soy menos irreflexivo.

Será el calor... el calor que empieza a ahogar mi blanca piel y a empapar mi espalda... Ayer escribí este pequeño texto mientras estaba en la biblioteca, a ver si os gusta...


Le dijo que se escapara con él, que se fuera a su casa, que a sus padres no les importaba. Ella lo miró y a pesar de las lágrimas, del rimel corrido, del golpe en la cara y del día y medio sin dormir dijo que no, que lo dejara estar, que así sólo se empeorarían las cosas.

Y un móvil sonó y otra voz y otro mundo aparecieron. Te tengo que dejar, no me queda apenas batería, ya te contare. Y preocupación al otro lado. ¿Pero estás bien? Y qué contestar, dos minutos y medio de llamada, algún mensaje de texto de vez en cuando, dos meses en blanco en el diario común de sus vidas. Estoy… más o menos, ya sabes.

Ella miró el móvil entre sus manos y a él en el marco de la puerta. Se acercó y un beso, dos, un abrazo, un te quiero, lágrimas. No te vayas, quédate conmigo.

Al llegar a casa apenas un ruido, sólo silencio. Ni comida, ni ducha, ni mirar al frente. Todo mecánico y en silencio, como un animal de corral sin voluntad. Ella se quitó la ropa, se metió en la cama, apagó la luz. Pero no podía dormir, las lágrimas gastaban sus últimas fuerzas y una sombra lo acechaba en la otra habitación.



(José Luis Merino, Planeando una huida)

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lunes, junio 11, 2007,20:15
Fragmentos de recuerdos de la memoria IV


Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.



IV


Hoy debía salir todo bien, era más que necesario, era vital que así sucediese. Después de unas intensas semanas de trabajo, por fin ya teníamos todo avanzado y podía permitirme un pequeño respiro y salir un poco. Esta edición no era un trabajo cualquiera y todos lo sabíamos. Llevábamos más de medio año con el proyecto entre las manos y ahora que todo parecía que iba a ver la luz muy pronto, no podía creérmelo. En el mercado editorial español no podían llevarse acabo lujos respecto a las ediciones de los clásicos y por ello apenas sacábamos un par de ediciones al año, quizá tres si recibíamos alguna ayuda de otras editoriales. En este caso la edición crítica que preparábamos de las Rimas sería la más rigurosa de todas hasta el momento ya que añadiríamos varios estudios realizados por eminentes expertos sobre Bécquer y que expresamente los realizaron para nosotros gracias unos buenos contactos. Era duro combinar este proyecto con una relación más o menos estable como era la nuestra. Por eso hoy debía salir todo perfecto. Se lo debía. Hacía más de dos meses que no podíamos estar un fin de semana solos, sin trabajo ni presiones de por medio y hoy le pagaría con creces todo lo aquello que sabía que le pertenecía.

-Me pregunto qué hace sola en esta acera una chica tan guapa como tú - habló una voz detrás de mí.

-Pues esperando al tardón de mi caballero andante -dije mientras me giraba y su voz y sus labios entraban en mi cuerpo-, pero parece que se ha retrasado y puede que tú me puedas servir de algo mientras llega.

-Lo siento -se excusó cuando sus ardientes labios se separaron un instante de los míos-, pero es que no conseguía hacer el nudo de esta maldita corbata y no podía dejar de satisfacer los deseos de mi amada.

-Qué bobo eres… -le sonreí.

-Un bobo con otra boba, bonita pareja, ¿no crees?

Esa noche había reservado una mesa en el restaurante donde él me llevó la primera vez que quedamos para salir. «Sólo trabajo», fue lo que me dijo para convencerme y lo único que necesitaba oír para que le acompañase a cenar. Pero acabamos viendo el amanecer en un banco del parque que hay junto al río que divide la ciudad, muy acurrucados y muertos de frío y cansancio. Y aunque sabía que hoy la noche debía de ser sólo nuestra, no pude no invitar a Rebeca y a Héctor, nuestros mejores amigos, a los que tan descuidadamente tratábamos. Hacía meses que no salíamos los cuatro juntos y durante las últimas semanas Rebeca me había dejado un par de mensajes para que quedásemos un día, y ya iba siendo hora de volver a recuperar las viejas tradiciones y averiguar si había algo más detrás de la insistencia de sus palabras.

-Me encanta ese vestido, se nota que lo pagué yo -dijo mientras nos metíamos en el coche.

-Éste no fue el que tú me regalaste -le reprendí-, es nuevo y me lo he comprado expresamente para hoy.

-¿Y qué más te has comprado? -preguntó con esa mirada que siempre conseguía cautivarme.

-Eso lo deberías descubrir luego, ¿no crees?

-Sin duda -contestó mientras giraba las llaves y el rugido del motor surcó la noche.

Las arterias de la ciudad a esa hora no presentaban un gran número de vehículos. El trasiego de viandantes se reducía considerablemente en cuanto la noche entraba y lo cubría todo. De cuando en cuando se veían grupos de jóvenes adolescentes, ebrios de felicidad, que caminaban en busca de algo que, pronto se darían cuenta, nunca iban a encontrar.

Costaba creer que ya llevásemos algo más de año y medio juntos. Todo había sido demasiado fugaz e intenso y ni yo misma podría creerme que había encontrado al hombre de mi vida escondido en un tipo como él. Pero sus caricias, palabras y gestos valían más que todo lo demás. Ahora nuestras vidas giraban en torno a la del otro y sabía que los dos nos habíamos acostumbrado tanto a nuestra presencia que sin ella estaríamos perdidos en un mar sin islas a la vista.

-Llegáis tarde… -nos dijo Héctor en cuanto aparecimos en el restaurante-, Pero bueno, al menos habéis llegado.

-Problemas con esta dichosa corbata -le contestó mientras estrechaba amistosamente su mano.

-Estás preciosa Lydia -me dijo dándome dos besos.

-Tú sí que estás preciosa -respondí cortésmente a Rebeca-, como siempre.

Héctor y Rebeca empezaron a salir juntos hacía más de tres años. Héctor era médico de familia en un hospital de la ciudad y Rebeca una arquitecto que tenía demasiadas jaquecas a lo largo del año. Algunas historias comienzan así, con la enfermedad y la rutina, para acabar convirtiéndose en algo bonito, en algo muy especial que todo lo llena. Se fueron a vivir juntos al medio año de empezar a salir y se casaron en julio del pasado año. Desde esa época ambos se trasladaron a las afueras de la ciudad, a una casa en la que poder criar tranquilamente a sus hijos en un futuro no demasiado lejano.

-Os tenemos que dar una noticia -anunció Héctor mientras cogía la mano de su esposa.

-¿Cuál? -pregunté con un vuelco de mi corazón.

-Estoy embarazada de seis semanas. Pronto llegará a este mundo un hijo nuestro.

-¡Lo sabía!, ¡algo en mi interior me lo decía! -dije emocionada.

-Enhorabuena a los dos. Ahora tendréis que evitar las caras cenas y gastároslo todo en pañales, pero aún así es una muy buena noticia.

-Gracias, queríamos que fueseis de los primeros en enteraros y también deciros que los dos deseamos que seáis los padrinos de nuestro futuro hijo -comentó Héctor.

-Sí -continuó Rebeca-, no conocemos a nadie mejor que vosotros dos para que puedan ejercer de padrinos para nuestro hijo.

Mi amistad con Rebeca se remontaba a la época en la que mis hormonas despertaban de su letargo y mis coletas desaparecían. Tuvimos nuestras épocas buenas y no tan buenas, pero lo superamos casi todo juntas. Con el pasar de los días, meses y años ella se convirtió para mí en la hermana que mis padres me negaron y yo para ella fui la hermana en la que siempre podía confiar. Héctor me cayó bien desde el principio, su ternura y su sonrisa me daban una confianza que no todas sus anteriores elecciones me habían dado. Ella no necesitaba mi aprobación y lo sabía, pero siempre mis indicaciones sobre ciertas actitudes de sus parejas le habían sido de ayuda, o al menos así me lo había agradecido. Y la verdad es que me parecía fantástico que culminaran su matrimonio con un hijo, eso era lo que yo deseaba en mi relación y esperaba que no tardase demasiado en verlo cumplido.

-¿Vamos a tomar la penúltima? -preguntó Héctor al salir del restaurante.

-¡Ni hablar! -exclamó Rebeca- mañana tienes consulta a primera hora.

-Una copa no hace daño a nadie, ¿no creéis? -nos preguntó.

-Mejor otro día -respondimos al unísono.

Después de la cena ninguno de los dos estábamos en condiciones óptimas para conducir, así que decidimos llamar a un taxi que nos acercase a casa. En la espera nos abrazamos. Él cubría mi cuerpo con el suyo, como si mi cuerpo fuera el suyo propio y nada le fuera ajeno. Y yo le dejaba hacer mientras esperábamos y cuando las primeras gotas de lluvia rozaban el asfalto me vino a la cabeza una canción que hacía años que no escuchaba. A veces a momentos muy concretos de mi vida iban ligadas canciones que perduraban en mi memoria y me hacían recordar y ser recordada en ellas. En el momento en que el taxi nos iluminó recordé de pronto el nombre de aquella canción, aquella canción que escuché por primera vez en mi adolescencia tardía, se titulaba Romeo and Juliet. No importaba demasiado el grupo ahora, ya lo buscaría después entre la multitud de discos que tenía, pero esa melodía me acompañó todo el viaje de vuelta hacia casa.

Normalmente era yo la que me quedaba a dormir en su casa, raras veces él hacía lo contrario. Y aquel día no fue una excepción. El motivo para aquello supongo que tenía que ver con que su piso era bastante más grande que el mío y su cama también. Pero por otra parte yo no estaba muy segura de que él se sintiese cómodo en mi pequeño apartamento del centro de la ciudad.

-Hemos llegado princesa -me susurró al oído.

-¿Ya? Creo que me he dormido… -respondí mientras me apartaba el pelo de los ojos.

-Siempre has sido una dormilona -bromeó.

-Y tú también -sonreí-, no lo olvides.

En cuanto la puerta estuvo cerrada nuestros abrigos se toparon con el suelo y nosotros nos dejamos llevar por el torbellino de pasión que ya casi parecía olvidado. Nuestros cuerpos se buscaban, ansiaban el contacto de la piel contra la otra piel, de las caricias y de todas aquellas sensaciones que tanto nos agradaban.

Antes de que fuera demasiado tarde le fui llevando por el pasillo, sutil y lentamente, hasta su habitación. Su cuerpo era mío y yo entera de él. Ambos en silencio pero diciéndonoslo todo, como tantas veces hiciéramos, como tantas otras después. Él me inclinó suavemente y me tumbó en el blando colchón, encima de aquella colcha azul oscura, tan suave y suya, que no paré de agarrarme a ella hasta que todo terminó.

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sábado, junio 09, 2007,21:51
Aún quedan días de tormenta
Estamos en junio, lleno de exámenes y del supuesto calor de junio: pantalones pirata, bermudas, las chicas con las faldas (muy) cortas. Pero por suerte aún quedan lluvias y tormentas, aún quedan (y doy gracias de ello todos los días).
Después de mi retiro espiritual a casa (dormir, comer, leer, dormir, alguna película, algo de apuntes...) vuelvo de nuevo a la vida real, al día a día de mi vida, con sus exámenes, con las duchas frías, el estómago revuelto, el dolor de espalda...

Pero la vida sigue (la de todos sigue).

Aunque Nacho Escuín acaba de publicar Couleur, por fin he podido leer pop (Aqua Ediciones, 2006) tranquilamente y hay cosas que me han gustado mucho, muchísimo y quería compartir uno de esos descubrimientos con todos vosotros (y cuando lea el nuevo libro, seguro que también). Y quién sabe, quizás os animéis a leer a este magnífico poeta (y editor, claro).


...quiero verte amanecer.... Mikel Erentxun

Ahí la tienes, la tentación sentada frente a ti y ya no puedes pasar por alto que te has fijado en ella, que la has mirado y ella a ti también aunque algo más nerviosa. No intentes creer que la cabeza te duele por el clima, el estrés o lo que sea; te duele porque se te acelera el pulso y cada latido se clava en tu cabeza. Ya no lo puedes evitar, ha llegado la nueva Eva y con ella la tentación. Sólo hay una solución: aprender a vivir sin corazón, si puedes, claro.


(Nacho Escuín, pop, Aqua, 2006)

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martes, junio 05, 2007,20:11
De fiebre y exámenes
Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo.

(Juan Ramón Jiménez, Espacio)



Tengo fiebre, me encuentro mal, mi garganta arde, me quema. El frío de mis pies no se va a ninguna hora, me acompaña día, tarde y noche (y en las noches, se nota más que nunca). Mi cabeza está en otra parte, tal vez con esas golondrinas que a lo lejos se escapan de mi vista, tal vez en casa, pensando en un colchón decente (de látex, ya no puedo vivir sin él, aunque viva sin él). No lo tengo muy claro aún.
Hoy he hecho mi primer examen de junio, Lengua III. Creo que nunca había bebido tanta agua en un examen y claro, ella lo ha notado, los exámenes y la fiebre no se llevan muy bien, la he dicho. A ver qué tal... con un aprobado me conformo (de verdad de la buena).
El lunes tengo mi próximo examen: Segunda lengua y su literatura: Inglés. Pan comido, pero tengo que ponerme, que aún no he tenido tiempo... Mi cabeza (además de con las golondrinas) está pensando en mi examen de Literatura y de Teoría de la literatura que tengo los días 18 y 19 respectivamente.
Y si todo esto no fuera poco sigo encargándome del apartamento, cuidando de esas cosas que nadan a mi lado, cuidando (sobre todo) de ella, pensando qué será de mí el año que viene (ojalá lo supiera ahora).

Y aún algunos dicen que no hago nada, serán capullos.

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